David Lebón en Rosario: Parado en el medio de la vida

El emblemático músico se presentó en el Astengo con un show emocionante y conciso, donde desplegó su proeza con suma maestría
Artistas como Lebón nunca pierden la grandeza. A los 73 años, habiendo atravesado las corrientes más duros, permanece invencible. Durante poco más de una hora y media de show, el público rosarino se conmovió con un repertorio en el que lógicamente faltaron canciones de tan extensa trayectoria, y aún así tampoco se ausentaron clásicos inoxidables. ‘El tiempo es veloz’, es cierto, y en muchos casos en lugar de deteriorar, potencia. Todo punto comparativo es absurdo. La etapa con Serú Giran no tiene por qué tener un paralelismo con la actual, ni con sus primeros pasos solistas, si se puede afirmar que la esencia es la misma. Ese es el punto crucial de una figura como David Lebón, su energía esencial desde la vibración elevada merodeando ‘en la vereda del sol’ o en las tinieblas de una ‘noche de perros’. Si la voz no es la misma o el power sobre el escenario cambió, es del orden de lo irrelevante. Lo que nunca perece es la emoción, con melodías que tocan las fibras más sensibles así como los intersticios. Eso mismo se palpitaba varios minutos antes de las 21 hs, con el público entregado al fervor de estar a punto de contemplar la vitalidad de una leyenda.
Con la autoridad reverencial de un gitar hero en escena, disparó los primeros acordes de “Sin vos voy a estallar”. De punta en blanco con saco azul eléctrico, comenzó el show acompañado de la solidez de seis músicos que se lucieron, mostrando también la generosidad de los grandes de Lebón. El público no paró de ovacionarlo ni de manifestarle abiertamente un cariño que trasciende la idolatría. Alguien cercano al escenario levantó una foto a la que el músico respondió: “Mi hijo Taida. Lo extraño mucho”. Al instante expresó: “Es muy simple, los amo”. Tras el aplauso de su gente, se sinceró: “Tengo 73 años y todavía me pongo nervioso”. Con solo cuatro notas despertó suspiros nostálgicos en la introducción de “Esperando nacer”. Dando paso al blues sonó una poderosa versión de “Copado por el diablo”, en la que Leandro Bulacio se destacó teclados, y Alex Musatov con su solo de violín. “Bonzo” y “Oh Dios qué puedo hacer” continuaron con el setlist, seguida de una movilizante y necesaria “Mundo agradable”.
“El tiempo es veloz”, inauguró un momento íntimo del show donde se deslizó más de una lágrima. Lo sublime y lo melifluo fluyeron en temas como “Parado en el medio de la vida” y “San Francisco y el lobo”. Un efecto de luces blancas entrecruzadas lograban una especie vía láctea suspendida durante todo el set, que culminó con “Desarma y sangra”, de Charly García, quien también recibió su ovación. En un cambio para nada brusco de energía, la banda tomó vigor durante la sorpresiva “Nuevas mañanas”, seguida de “Puedo sentirlo” donde tomó el mando la voz de Belén Cabrera. El momento más visceral acaparó el ambiente desde la primera nota de “Noche de perros”, con un cierre instrumental sostenido de guitarras metálicas y un escenario en penumbras en tono azul oscuro.
Los solos de David Lebón, son una parte fundamental del rock en español, y se escucharon como rugidos a los largo de todo el concierto, encontrando el pináculo durante “Encuentro con el diablo”, clásico indiscutido de Serú Giran que marcó el final de la noche. Al ser un artista impredecible, no iba a dejar de volver al escenario para sorprender con un último tema. “Seminare” fue la más cantada y de esas melodías que trascienden la materia. El final no podía ser otro. A David Lebón aún le queda más por decir y por cantar al unísono con su público. La música sobrevuela y sobrevive a todo, aunque parezca cada vez más distante la utopía de un ‘mundo agradable’.
Lucas Rivero