Divididos celebró 30 anfiteatros

La aplanadora del rock hizo historia en Rosario con un concierto fuera de los estándares durante más de dos horas y media
Los shows del icónico power trío del rock son impredecibles y sin ánimo de complacencia, por el contrario son desafiantes y logran el cometido do de una experiencia en vivo que atraviesa lo sensorial. La ocasión no ameritaba menos que ser fieles a sí mismos y a su público, con un setlist que no pretendía ser hitero, ni mucho menos pretencioso. Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Catriel Ciavarella, son un verdadero huracán sonoro, que aún con más de tres décadas de trayectoria continúan en afán exploratorio revisitando y resignificando varias perlas de un extenso repertorio. La apuesta estética también fue opulenta, con una inmensa pantalla que acaparaba todo el fondo con imágenes psicodélicas y letras de algunos temas. El anfiteatro repleto de punta a punta logró detener una anunciada lluvia. Con euforia y respeto ovacionaron a su banda, de las pocas que quedan en pie de la vieja guardia y con un sonido atemporal. Poco más de dos horas y treinta y cinco es poco habitual en los conciertos de hoy donde todo pretende ser ‘expeditivo’, sin embargo Divididos sacudió a Rosario con un show vibrante.
Cerca de las 21:30 irrumpieron en el escenario con naturalidad por vez numero 30. No amerita nada menos que una celebración a su modo, para eso fue necesaria una pared de parlantes. “Libre el jabalí” fue la que dio inicio, seguida por “Cuadros colgados” y “Elefantes en Europa”. La voz de Mollo no pierde su registro a la hora de los gritos, que se apropian de temas de grandes estandartes de la música nacional, como en “Salgan al sol”, de La Pesada del Rock and Roll, “Tengo” de Sandro y “Sucio y desprolijo” de Pappo. Los lados B son muy bien recibidos por los seguidores de antaño, como ocurrió durante “Tomando mate en La Paz”, “Buscando un ángel”, “Cabezón”, Pasiones zurdas derechas”, y “Paisano de Hurlingham”, evocando a su génesis. Uno de los trazos más movilizantes del show fue la dedicatoria al fotógrafo Pablo Grillo: “Son un arma de destrucción masiva, y él tenía un arma de creación masiva: una cámara fotográfica”, expresó Mollo antes de “Un alegre en éste infierno”.
Músicos rosarinos compartieron el escenario con la ‘aplanadora del rock’, como Luciano Jazmín en violín durante “San Saltarín”, la chacarera “La flor azul”, y “Crua Chan”, única de Sumo. Palmo Addario hizo lo propio y lució con proeza su guitarra durante “Sisters”. El set acústico se completó con “Como un cuento” y “El burrito”. El público rosarino disfrutó cada tema sin cantar a los gritos en la primera parte, aun así la energía fue aumentando desde una versión arrolladora de “Vida de topos”. Si bien el sonido está más que a la altura de una banda como Divididos, los temas nunca suenan iguales. Prueba de ésto fue “Salir a comprar” y “Salir a asustar”, en una ‘era de la boludez’, que pareciera no hallar sosiego. “Seguimos acumulando años y las ganas de seguir haciendo ésto”, expresó Arnedo con emoción. “Haciendo cosas raras” dio pie a dos versiones fuera de serie de “Tatú carreta” y “Basta fuerte”, que rara vez suenan en vivo. “Amapola del 66” fue dedicada a Moris, Litto Nebbia y varios músicos de la primera guardia del rock angentino que “les salvó la vida”, según Mollo.
“Ala delta”, nunca envejece y se eleva por lo alto, palpitando el final con el brío rockero de “Paraguay”, “Rasputín” con un guiño a “Hey Jude”, y la esperada “El 38”. Ricardo Mollo bajó el escenario para repartir púas y tener mayor cercanía con su gente. La destreza y potencia de Divididos demostró que están listos para treinta anfiteatros más, “”el gran ensayo de encontrar la eternidad”.
Lucas Rivero
FOTOS: @cecicordobaph