Divididos volvió a detonar el Anfiteatro

La Aplanadora del Rock se entregó por completo en un concierto atípico de casi tres horas. Con sonido envolvente y escalinatas repletas, el power trío demostró ser una de las mejores bandas vigentes de América Latina.

Mollo, Arnedo y Catriel Ciavarella se apoderaron una vez más de Rosario con un concierto vibrante, disruptivo y, valga la redundancia, aplanador. Un show de Divididos es una experiencia, no solo sonora y visual, sino también sensorial. Diego Arnedo convierte a su bajo en una genuina orquesta cuya reverberancia sacude las entrañas, los solos de Mollo erizan la piel con su estridencia, y la batería voraz de Catriel retumba acelerando el pulso. De las pocas bandas que se entregan en un show, como si fuera la última vez, aún perpetuándose durante 40 años. Con extenso repertorio y sin recaer en la condescendencia ni el cliché, remozaron el concepto de su show manteniendo su esencia. De ponchos rojos y en fila, cada uno con bombo en mano entraron por el lado izquierdo del escenario con “Haciendo cola para nacer”, acomplándose al registro VHS del 97’ que se veía en pantallas a modo de intro. “Buen viaje Javier Martínez” dijo Mollo en homenaje al emblemático prócer del rock en español, alma Matter de Manal.

“El 38” llegó para elevar la potencia, infaltable y poderosa, para luego hacer un guiño a su génesis con “Haciendo cosas raras”. Contra todo pronóstico y a pedido del público debido a la postergación del show anunciada hace meses, sonó “La mosca porteña” para sacar al público de la euforia inicial y sumergirlo en un éxtasis fuera del tiempo. La fórmula se extendió en temas como “Light my fire”,  pujante reversión de The Doors dando paso a un poco de blues bien amalgamado. Una inmensa pantalla, tal vez la más amplia que hayan traído a Rosario, acaparaba de un extremo a otro con ilustraciones psicodélicas. Durante “Los sueños y las guerras” rompieron los esquemas con tecnología láser que continuaba la ilustración sobre los músicos y el suelo del escenario. Cambiando la sintonía, con nuevos músicos, Catriel en el bajo y Arnedo en armónica sonó “El burrito”, alegoría de siempre. Dando paso luego a la la potente energía femenina de Nana Arguel en guitarra, sonó “Sisters”.

“El problema no es el muñeco, sino el que maneja el muñeco”, expresó Mollo con sagacidad luego de un grito por parte del público con alusión política. Así interpretaron una preciada rareza gaucha llamada “Cristoforo Cacarnú”, en fusión con “Indio, dejá el mezcal”, coronada por un breve y efectivo solo de batería para sellar el viaje. Así llegó la celebrada “Sábado”, seguida por “Cielito lindo”, donde aconteció un ‘pogo en las escalinatas’, “invento rosarino”, afirmó Mollo. “Camarón Bombay”, breve e inesperada se abrió paso con simpática humorada. Con la fuerza que destaca a Divididos y la protección divina de Luca Prodan sonaron sin stop “Azulejo”, “Qué tal” y “La rubia tarada”, tal vez una de las más cantadas. Palpitando el primer final se escuchó “Rasputín” con el rockeado final de “Hey Jude”, seguida por dos de sus temas más icónicas: “Ala delta” y “Paraguay”. De vuelta al escenario, precedido por un voraz y poseído solo de batería de Catriel, los ojos de Atahualpa Yupanqui observaron a todo el anfiteatro desde la pantalla en “El arriero”.


Lo más movilizante fueron las lágrimas de Mollo en su momento de intimidad con el público durante “Spaghetti del rock”. Luego se sumó el trío folklórico ‘3 Mundos’ para “Guanuqueando”, gloriosa pieza del norteño Eduardo Vilca. El momento más icónico llegó sobre el final con “Oración del remanso” junto a Jorge Fandermole, invitado por ellos mismos para abrir el show.
En el último regreso al escenario tocaron “Amapola del 66”, “Sucio y desprolijo” de Pappo, “Paisano de Hurlingham”, y a elección del público “Crua Chan”, Sumo para el cierre a modo de liturgia. La aplanadora continúa en movimiento e imbatible, trascendiendo generaciones y temporalidades.

Lucas Rivero

FOTOS: @cecicorbodaph