El niño que hace 10 años abrazó al Papa Francisco le cumplió su promesa: ingresó en el seminario para ser sacerdote

Nathan de Brito tiene 19 años. En 2013, con 9, eludió a la seguridad del Papa en las calles de Río de Janeiro y corrió a sus brazos. Entre lágrimas, le contó que su deseo era convertirse en cura

Hacía poco más de tres meses y medio que el Papa Francisco había sido elegido por los cardenales al frente de la Iglesia Católica. Y su primer viaje apostólico fuera de Italia lo hizo a Brasil, donde se desarrollaba la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro. En la mañana del lunes 22 de julio de 2013, el avión con el Sumo Pontífice decoló desde Fiumicino. A las cuatro de la tarde aterrizó en el aeropuerto de El Galeao de Río de Janeiro, hoy llamado Antonio Carlos Jobim. Entre quienes esperaban con ansiedad la llegada estaba un pequeño de nueve años llamado Nathan de Brito Melo.

El niño vivía en Cabo Frío, en la zona sur de Río junto a su madre, Ana Paula Melo, y su padrastro, Aguinor Olivera. Era un chico como todos, le gustaba más el fútbol, pasar el rato en Internet y ver televisión que el estudio, pero desde los siete años contaba que, cuando creciera, iba a ser sacerdote. Y acudía a misa que daba el padre Valdir Mesquita todos los domingos en la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción.

Niño Sacerdote Niño Sacerdote

El miércoles 24, a las 8.15 de la mañana, Francisco partió en helicóptero desde Sumaré hacia el Santuario de Nuestra Señora de la Concepción de Aparecida. Es el equivalente brasileño a la Basílica de Luján, el templo máximo de ese país, que cuenta con el mayor número de fieles católicos del mundo: según el Instituto de Geografía y Estadísticas de Brasil, son 123 millones. Y allí estaba Nathan, pugnando por entrar a ver al Papa junto a su madre y su padrastro. No lo logró, y regresó entristecido.

Otra oportunidad

Ese día, Francisco estuvo hasta las cuatro de la tarde en el Santuario, y volvió a Río de Janeiro sólo para visitar enfermos en el hospital San Francisco de Asís de la Providencia. Pasó el 24, y también el 25. Ese jueves conoció la favela Varginha, en Manguinhos, y luego se dejó arropar por una impresionante multitud de jóvenes en las playas de Copacabana. Nathan seguía todo por la tele, pero se preparaba porque al día siguiente iría, con su familia, a ver el recorrido del Papamóvil entre la Quinta da Boa Vista (donde confesaría a cinco jóvenes, tres brasileños, un venezolano y una italian ) y el Palacio San Joaquín, sede de la Arquidiócesis de Río, en el que tendría un encuentro con algunos presos. El trayecto fue breve, 7 kilómetros.

Aquel viernes 26 de julio, Nathan y su familia ignoraban por dónde pasaría el Papamóvil, pero siguieron a la multitud que se apiñaba frente a las vallas de contención en las calles del barrio de Gloria. La seguridad era inmensa, parecía imposible pasar todas las barreras que separaban a Francisco de la gente. Los tres se quedaron en una curva, sobre la avenida Río Branco. Allí, el vehículo debía aminorar la marcha. Cerca de las 11 de la mañana, el Papa Francisco se aproximó al lugar. Se había bajado para darle un abrazo a un anciano, y continuó el camino. Aguinor levantó a Nathan sobre las vallas y lo dejó del otro lado. Era apenas un pequeño con una camiseta con los colores brasileños y la frase”Gente do bem, Deus faz, Deus junta” (A la gente de bien, Dios la hace, Dios la junta), que promocionaba un programa de televisión llamado Nueva Canción. Inocente. Inofensivo. Y muy emocionado.

Lo que siguió fue inesperado. Aguinor le gritó “¡andá!”, y Nathan corrió hacia el Papamóvil. Dos guardaespaldas quisieron interceptarlo, pero sus ojos y los de Francisco ya se habían cruzado. El Papa pidió que lo llevaran con él. Un guardia de seguridad lo subió al vehículo y permaneció sujetándolo. Fueron segundos. Nathan lo abrazó entre lágrimas y le dijo “Quiero ser Padre, quiero ser ministro de la Iglesia..”. Francisco se sorprendió por el mensaje y se emocionó. Dicen los que estaban junto a él que también se le cayeron unas lágrimas. Y le respondió “Vos rezá por mí, que yo voy a rezar por vos. Tu deseo se concretó”. Nathan, aferrado al Papa, no lo quería soltar. Luego contaría por qué: “estaba ante la representación de Pedro en la tierra; estaba ante el obispo de Roma. No lo quería soltar porque el Papa es la esencia de Cristo. Me quedé y lo abracé y sentí así la esencia de la Iglesia católica… Creo que ese momento me permitió reafirmar mi vocación sacerdotal”.

De a poco, el mismo guardia de seguridad que lo había izado al vehículo logró que dejara de abrazar a Francisco y lo hizo descender. En ese momento, el Papa posó su mano sobre la cabeza del niño y lo bendijo. Cuando regresó a la valla, Nathan se quedó parado, del lado de adentro del recorrido. “Me temblaban las piernas”, contó luego. Hace diez años, fue el blanco de los periodistas que cubrían la visita papal. “Fue la mejor experiencia de mi vida, me emocioné mucho… También sentí en aquel momento que abracé a la Virgen María, en la misma persona que representa a Cristo aquí en la tierra”.

A partir de ese encuentro, Nathan sintió que su vida cambiaría. “Ahora tengo que ser más cariñoso con mis amigos y con mis padres. Más bondadoso y más paciente”, confió por entonces.