Fito Páez volvió a Rosario: “Gracias por darme la vida una vez más”

El icónico artista rosarino hizo historia en la Ex-Rural durante dos noches completamente agotadas celebrando los 30 años de ‘El amor después del amor’. Brillantez, emoción y adrenalina volvieron  inolvidables a ambos conciertos.

Fito Páez siempre regresa a su ciudad, no solo porque ‘Rosario siempre estuvo cerca’ sino porque se palpita una vibra diferente cada vez que vuelve a su hogar. Los shows cobran un giro insólito, y desde lo errante y audaz brota la magia. Luego de un año en que el artista llegó a su apogeo reafirmando una vez más ser uno de los compositores más importantes en habla hispana, llenando más de diez Movistar Arena, dos estadios de Vélez y con dos fechas próximas en el Estadio Único de La Plata, no iba a dejar de cerrar el año en el sitio que lo vio nacer y que él tanto venera en sus canciones. De hecho, si observamos de manera puntillosa, no hay un solo disco en sus casi 40 años de carrera en los que no mencione a Rosario en algún tema. El público le retribuyó el mismo cariño cuando pasadas las 21:30 hs una melodía cósmica a modo de preludio dio paso a los platillos que introducen a “El Amor después del amor. Entre tinieblas, antes de la explosión del tema, Fito Páez fue recibido con ovación. Acompañado por la estridente y versátil voz de Emme y una enérgica banda, el artista dirigió a la orquesta que también contaba con trío de vientos. Marcó desde el inicio su porte de autoridad reverencial de los escenarios.

‘Dos días en la vida nunca vienen nada mal’ rezaba la canción que sigue, con nuevos arreglos, mejorada y repleta de entusiasmo. Sentado en el piano de cola negro que ocupaba la parte central, comenzó a desplegar su proeza en el piano, que llegó a un momento sublime y en intimidad al introducir “La Verónica”. Algunas suenan mejor en vivo y de manera actualizada que en el álbum original, ésta es una de esas canciones. Sin caer en la vieja fórmula de interpretar el álbum completo con un show dividido en partes, de forma astuta la lista fue intercalando algunas canciones de diferentes etapas. La más cantada fue la infaltable (y casi obligada) “11 y 6”. También tuvo su momento “Naturaleza sangre”, con nuevo epílogo en clave hardcore, y la Dylaniana “Al lado del camino”. Fito se mostró voraz y de pie al entonar “Tráfico por Katmandú” con coloridas líneas verticales ilustrando en las cuatro pantallas unidas del fondo. Alabando el toque “sofisticado y delirante” que Spinetta aporta a la primera frase del tema, también regaló “Pétalo de sal”.

La destreza y docilidad a la hora de improvisar en el piano es característico de Fito Páez, ésta vez volvió a embelezar a los rosarinos en el inicio de “Un vestido y un amor”, muy celebrada por su gente, y necesaria para dar una bocanada de oxígeno al huracán sonoro que venía. Una mixtura de las épocas más antagónicas entre sí fusionaron el funk con el rock y ciertos guiños jazzeros, momento en el que los vientos ocuparon un lugar preponderante. Aquellos Lados B que llevaban tiempo sin sonar se hicieron presentes de la mano de Páez, logrando lo impredecible. “Solo los chicos” se escuchó al comienzo conmemorando 35 años del disco Ey!, fusionada con “Nada más preciado” para luego dar un giro rapeado con “Tercer mundo”. El tempo aceleró sin pausa para “Gente sin swing” que despuntó al unirse a “Yo te amé en Nicaragua”. Sin dejar de bailar, el público quedó atónito con “Ey You”, mixturando cumbia en el tema que grabó con Hernán de Mala Fama. Luego “Nadie es de nadie”, ambas de ‘La Conquista del Espacio’. Y para engalanar el final del trance: “No bombardeen Buenos Aires”, del benemérito Charly García e interpretada por su mejor discípulo.

“Tumbas de la gloria” es un tema que no envejece y que produce cierta rebelión en vivo, sobre todo cuando el público entona el estribillo a los gritos. Al igual “La rueda mágica” despertó un clima festivo con discreto pogo incluido. “Circo Beat”, en su versión original, partió en dos a la Ex-Rural para el pujante y pegadizo coro final. La parte más emotiva siempre está en manos de “Brillante sobre el mic”, otro de los mega clásicos. Con miles de luces de celulares encendidos se logró el expansivo efecto estelar y que ocasionalmente hace extrañar al encendedor. El momento más visceral estuvo marcado por una versión extendida de “Ciudad de pobres corazones”, precedida con maestría por el Réquiem de Mozart. Para finalizar “A rodar mi vida” produjo un estallido en el público que no se vio perturbado por la lluvia que se había desatado en el tema anterior. De regreso al escenario sonaron “Dar es dar” y “Mariposa Teknicolor”, movilizante e inoxidable. Con lluvia de papeles blancos danzando al unísono del viento, se dio cierre a una noche memorable. Fito Páez sigue llevando “la voz cantante” y “la luz del tren”, treinta años después “la misma calle, el mismo bar” en una “rueda mágica” que continúa en movimiento.

Lucas Rivero

FOTOS: Ph @maximilianoconforti