Ritual en el Hipódromo: Los Piojos volvieron a Rosario

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Cerca de 40 mil personas vibraron durante tres horas en un show memorable. Los Piojos demostraron por qué son una pieza clave del rock en español

 La mística que sobrevuela un ritual, no tiene comparación con ningún otro artista hoy día. Quienes son partícipes de un show de Los Piojos no van a contemplar desde la pasividad espectadora, sino a sumergirse en una experiencia. Por momentos, la banda apenas podía verse en el vaivén de banderas de diferentes partes del país que se acercaron a Rosario para vivir uno de las últimos rituales. Un crisol de generaciones se conectaron al unísono por melodías atemporales que se fueron heredando. Un pogo salvaje y en constante movimiento, una marea alta de ‘piojosos’ sacudiéndose de un lado a otro, incluso en los temas lentos. El legado de Los Piojos permanece más allá de la formación, que contaba con un par de reemplazos que estuvieron a la altura de semejante responsabilidad. Una puesta en escena descomunal, aunque más austera que en La Plata, con una inmensa pantalla al fondo impregnada de animaciones con los símbolos piojosos de cada disco. Tres horas pareció poco, donde siempre quedan las ansias de algunos clásicos más, con vital energía  y una innegable entrega arriba y abajo del escenario.

 A las 21:37 se desató una euforia total con los acordes de “Llevatelo”, primer tema del primer disco. Sin stop continuaron “María y José” y “Desde lejos no se ve”, triada perfecta para el inicio de un show inolvidable. Para amenizar parcialmente fueron efectivos los lentos, como “Bicho de ciudad” y “Difícil” cantados a los gritos, seguidos de “Umbekant”, perla escondida de ‘Civilización’. Uno de los temas más celebrados del ritual fue “Luz de marfil”, con los brazos de público par lo alto, a modo de invocación y plegaria. Ciro lució su largo saco de cuero rojo al correr de un lado a otro del escenario y desandando las pasarelas laterales. Durante “Vine hasta aquí” bajó del escenario para saludar a su gente apencada a las vallas. Merecido privilegio de los que hicieron una extensa fila con frío matutino. Los hijos de algunos integrantes, denominados ‘liendres’, se lucieron durante “Pistolas”, para luego darle paso a Daniel “Piti” Fernández, fundador y guitarra histórica de Los Piojos que impactó con “Entrando en tu ciudad”.

 Los dosis de emotividad llegó con el recuerdo del fallecido Gustavo Kupinski, precedida de un breve clip que culminaba con la frase “Si no existe la memoria, todo lo nuestro es suicida”. Su hijo Matías se sumó a una movilizante versión de “Sudestada”. Tras un breve apagón, Los Piojos invocaron su génesis en los primeros discos, en “Te diría” y “Ay ay ay”, donde la interacción cantada con el público alcanzó su punto más alto; “Taxi boy”, en versión extendida con armónica en guiño a ‘Tercer Arco’, y “Los cancheros”, del primer álbum, que resultó ser la más bailada del show junto con “Muévelo” cerca del final. Más de uno lloró durante “Muy desplacito”, dedicada “para los que no están”. La más coreada del show estuvo en manos del clásico “Tan solo”, antesala a la rollinga “Es solo rock and roll (y me gusta)” y a una versión inoxidable de “El mendigo del Dock Sud” del legendario Moris, en mash up con “Genius”, que brindó la potencia necesaria para el primer final.

 “Como Ali” arremetió minutos después, fieles a la estética del clip dosmilero con batas de boxeador de color verde satinado, alcanzando el pogo más intenso de la noche. “Ruleta”, “Pacifico” y la visceral “Morela”, sostuvieron el ánimo festivo que no se apaciguó en ningún momento. Las baterías de Roger Cardero y Daniel Buira coexistieron durante todo el ritual con la reverberancia de hace veinte años y bien amalgamadas a la banda de más de diez músicos. Sobre el final luego de “Muévelo”, sonaron el clásico “El farolito” y “Cruel”, último tema del primer disco, todo en una sana armonía. Durante “Fínale” leyeron cada una de las cientos de banderas que llevaron los ‘piojosos’ de cada punto del país. Los ‘fantasmas peleándole al viento’ continúan sobrevolando cada ritual.


Lucas Rivero